Hacía tiempo que quería tener una passiflora. La conseguimos hace unos meses. La planta que compramos no estaba en muy buen estado y no sabíamos de que color serían sus flores. En mi mente, había dos posibilidades: la típica con partes moradas o la blanca (hay más de 400 variedades pero esas eran las que se suponía que tenían en este vivero).
Hace algo más de una semana empezó a salir la primera flor y yo estaba eufórica por ver qué tipo de flor sería (si soy sincera, en mi fuero interno esperaba que no fuese la de color blanco porque “dónde hay color, hay alegría”) Hoy ha empezado a abrirse y, para mi sorpresa, ¡tiene esta increíble paleta de colores! Esto sí que no me lo esperaba…
Lo que en realidad quería compartir sobre esto es cómo estoy viviendo esta sorpresa inesperada. La virgo que hay en mi se siente completamente confundida y frunce el ceño mientras que la yo que cree en la magia está extasiada y siente su corazón queriendo salírsele del pecho.
Me he sentado a contemplarla un montón de veces ya, hasta que se ha abierto completamente. Y no hay ya ceño fruncido, sino únicamente un corazón desbordado de alegría, emoción y magia…
Y así me ocurre con tantas cosas. Me empeño en que las cosas tengan que ser de la forma en la que están en mi cabeza (con sus miles de cajitas separadas) y la vida se empeña en querer enseñarme que la rigidez no tiene sentido porque siempre hay lugar para las sorpresas. Y yo no dejo de maravillarme por como las lecciones que necesito aprender las encuentro siempre en la naturaleza…